Cómo es la vida en el idílico oasis de Venezuela donde
(casi) no existe la crisis

Cómo es la vida en el idílico oasis de Venezuela donde (casi) no existe la crisis

Todo empezó con una sugerencia durante una cena. Siguió con una búsqueda en Google y con la acelerada firma del testamento. Y terminó con un mojito acariciado por una templada brisa marina.
Rosemary y William Dunkley están lejos de su casa en el sur de Inglaterra. Son jubilados y pese a su avanzada edad decidieron emprender una aventura: hacer turismo en Venezuela.
Se están bebiendo el que quizás sea el mojito más barato de sus dilatadas vidas en la terraza de un apacible bar-restaurante en el archipiélago de Los Roques, en el Caribe, al norte de la costa de Venezuela.
Es uno de esos lugares idílicos de arena blanca y aguas ultraturquesas que uno casi no se explica que esté tan vacío.
Los Dunkley son los únicos clientes de la terraza en una noche de final de febrero.
“¿Los Roques? No lo habíamos escuchado nunca“, me dice Rosemary con su académico acento británico a diez metros de la orilla de un mar tranquilo que apenas mece las barcas blancas.
BBCEn Gran Roque la mayor parte de las calles no están pavimentadas y se respira una aire de gran tranquilidad.Los Dunkley son un acomodado matrimonio jubilado que tras una vida de trabajo disfruta de la tercera edad para viajar y conocer mundo.
Buscaban un nuevo destino cuando hace varios meses una amiga en una cena les lanzó una sugerencia: “¿Por qué no van a Los Roques, en Venezuela? Es hermoso”.
Hicieron una rápida consulta en Google. Y enseguida se convencieron.
“Queríamos algo que no fuera muy turístico”, me dice William, que como aficionado a la pesca encontró un destino ideal.
“Es increíble, una burbuja sin explotar. Estamos sorprendidos de que haya tan poca gente”, agrega, encantado de haber tomado la decisión de venir.
BBCEl testamento
A sus hijos, sin embargo, no les sonó bien eso de que sus ancianos padres se marcharan a Venezuela, un país que aparece en los medios siempre por noticias preocupantes. El Ministerio de Exteriores del Reino Unido recomienda viajar al país sólo si es necesario.
“Estaban un poco preocupados, así que decidimos dejar hecho nuestro testamento“, afirma Rosemary con una sonrisa.
“¿Firmar el testamento antes de venir a Venezuela?”, pregunto sorprendido.
“Sé que suena ridículo, pero es cierto”, asegura William, riéndose un poco de sí mismo y de esos hijos que a cierta edad se convierten en padres controladores de sus propios progenitores.
El matrimonio voló vía París a la temida Caracas, una de las ciudades más violentas del mundo.
“No nos sentimos en peligro para nada”, afirman tras pasar apenas una noche de hotel cerca del aeropuerto antes de volar al día siguiente durante media hora hasta Gran Roque, el único de los 42 cayos del archipiélago que está habitado.
“El secreto mejor guardado”
Tampoco hay peligro en Los Roques, que escapa de casi todos los problemas que afectan a la Venezuela continental, sobre todo de la inseguridad.
“Es el secreto mejor guardado“, me dice Rosemary, que no comprende cómo semejante destino está tan poco explotado.
AFPLos Roques son un destino que apenas está explotado, algo que beneficia a su conservación.Ese es precisamente uno de los encantos de Los Roques, que tiene un turismo muy controlado que paga su estancia en dólares o en bolívares, pero a la tasa de cambio en el mercado negro.
Tres días en una posada en pensión completa, con vuelo de ida y vuelta a Caracas, y con los trayectos en barco a los diferentes cayos, está por debajo de los US$300.
Son precios imposibles para un venezolano que gane en bolívares, pero muy asequibles para alguien con dólares, euros o libras.
Por eso los Dunkley se asombran de que cada mojito que toman como si fuera agua les cueste apenas US$2.
Raquel y Luis, españoles jubilados de 73 y 83 años, respectivamente, también destacan lo barato del precio en comparación con Europa y otros destinos. Me instan con una sonrisa a que no escriba este artículo sobre Los Roques para que nadie descubra el lugar.
“Hemos estado en las Seychelles, en Malta, en las Galápagos. Conocemos todo el Caribe y el Pacífico Sur. Hasta ahora las Islas Cook eran lo mejor que habíamos visto. Pero ahora se han quedado atrás. No hay comparación“, me dice Raquel, entusiasmada.
El matrimonio descubrió Los Roques gracias a su hijo, que tiene una agencia de viajes y visitó el archipiélago para hacer kitesurf, motivo que atrae a los más jóvenes.
El único problema del que se queja Raquel es la falta de agua caliente en su posada.
Pero en la isla hay otros.
La otra cara de Los Roques
A apenas dos arenosas calles de esas posadas boutique asoma la otra Venezuela, esa que no verán los jubilados europeos ni los jóvenes que se toman un trago mientras disfrutan de música chillout y del atardecer.
Son las 8:00 de la mañana y la calma del Gran Roque sólo la rompen los ruidosos niños que acaban de entrar en la escuela y cantan el himno nacional para comenzar la jornada.
Miguel Salazar repara su atarraya, la red con la que se gana la vida pescando. Lleva 20 días sin salir a faenar.
A los pescadores les está afectando el cierre de la frontera decretado por el presidente Nicolás Maduro en enero que impide el comercio con las islas de Aruba, Bonaire y Curazao, próximas al archipiélago.
Vender la mercancía a los comerciantes venezolanos de la costa supone hacerlo a un precio diez veces menor.
A eso se suman los problemas de abastecimiento. Un barco del gobierno carga los suministros desde la costa una vez a la semana. Algún supermercado incluso compra en Caracas y lo transporta por su propia cuenta.
No hay tanta escasez como en otras partes del país, pero el flete eleva los costos.
Entro a un supermercado y encuentro pan de molde y leche de larga duración que hace semanas que no veo en Caracas. El cartón de 30 huevos es más caro que en la capital.
“Está todo muy costoso. A veces no se puede pagar”, me dice Salazar mientras Loli Marcano, quien se autodefine como su “concubina”, lava y tiende la ropa a un sol que ya desde temprano quema.
“La gente empieza a hacer cola en cuanto ve que atraca el barco”, me dice Marcano, desencantada.
Como Salazar es roqueño y lleva aquí toda la vida le pido que compare. “Hace diez años había de todo y era más económico. El sueldo alcanzaba. Y había más turistas”, dice con nostalgia y sin despegar los ojos de la red.
Asegura que es diabético e hipertenso y que tiene que pedir que le traigan de Bonaire y Curazao las medicinas que ya no encuentra aquí.
El elevado precio de los anzuelos y del aceite para el motor del barco es otro problema para los que viven de la pesca artesanal, principal actividad junto al turismo.
“Aquí somos reyes”
Pese a todo, Rafael Mendoza, otro pescador, compara favorablemente la situación de Los Roques con la de Isla Margarita, otro hermoso paraje venezolano que él tuvo que dejar atrás porque se está viendo duramente afectando por la crisis de precios y empleo.
“Aquí uno sí se puede ganar la vida”, me dice mientras clava con paciencia en el palangre cientos de anzuelos.
José Luis Durán lleva 18 años en Los Roques y también se muestra satisfecho. Trabaja en el Instituto Nacional de Parques, donde cobra un salario mínimo que le alcanza para poco y que complementa haciendo y vendiendo en dólares pulseras y anillos de plata para los turistas.
“Aquí somos reyes. Esto es el paraíso”, me dice una mañana sin camiseta y sin ninguna urgencia por empezar su jornada laboral.
Durán destaca que en Los Roques no hay delincuencia.
Sorprende ver a niños jugando en la calle y a los turistas paseando de la mano ya en plena noche cerrada. Es algo impensable en Caracas y otras ciudades del país.
Tampoco se ve hambre ni desnutrición, pese a que algunos se quejan de que la caja con alimentos subsidiados que vende el gobierno no llega con la regularidad prometida.
“Cualquier persona te da un pescado”, dice Durán, sin familia en Los Roques, despreocupado. “Comida siempre vas a encontrar con abundancia”, me dice señalando la cercana orilla del mar.
Vida dolarizada
En los albergues para turistas, donde la vida está dolarizada, hay casi normalidad.
“Digamos que el roqueño no es pobre”, me dice Luz, cocinera de una posada.
“Está caro, pero se consigue de todo. Si en Caracas la harina PAN (de maíz, para hacer las tradicionales arepas) cuesta 180.000 (bolívares), aquí cuesta el doble”, añade, casi ajena a los problemas.
El miedo a la situación de Venezuela y la supresión de vuelos internacionales en los últimos meses han hecho caer la llegada de extranjeros, explica. Pero se compensa con la de venezolanosresidentes en el extranjero, a los que no hace falta descubrir la belleza del archipiélago.
“Viven fuera del país y al cambio…”, me dice Luz sin completar la frase.
Si ganan en moneda extranjera, los venezolanos pueden regresar a su país y disfrutar de unas vacaciones a un muy buen precio.
“Aquí no hay crisis”, concluye Luz, que parece conocer mil maneras de preparar el pescado.
 

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